Too much too young

Hoy, y como vengo haciendo desde hace aproximadamente un par de meses, me he sentado un rato a estudiar. Me lo propuse casi como un reto personal que además enriquecería mi desarrollo profesional. Empecé hace un par de años de manera interrumpida, casi siempre por trabajo y a veces por vaguería pura pero, presentarme al examen Proficiency de Inglés y aprobarlo siempre ha sido uno de mis más desafiantes objetivos. Y qué mejor momento ahora que viajar o salir a la calle ya no ocupa la mayor parte de nuestro tiempo.

Una de las partes que más me gusta practicar, aunque a veces me cueste verdaderos quebraderos de cabeza, es la parte del writing. Hoy me ha tocado redactar un artículo y las instrucciones dictaban que escribiera sobre la idea de que los jóvenes de hoy en día reciben demasiadas cosas de sus padres y por lo tanto creen que la vida es más fácil de lo que realmente es. He decidido empezar el artículo con una pregunta retórica que venía siendo algo así como: ¿Alguna vez has escuchado a tus padres empezar una conversación diciendo: “Cuando yo era joven…”?

Y es que, en cuanto he leído la temática del ejercicio, me ha resultado inevitable recordar la de veces que mi madre me contaba cómo era la vida cuando ella era joven y ahora es cuando me doy cuenta de la suerte que he tenido yo de poder disfrutar de ciertas cosas que a ella tanto le costó conseguir. Entonces, no era capaz de comprender el esfuerzo que se ocultaba tras cada regalo que mi madre nos hacía a mi o a mi hermano en ciertas fechas señaladas y tampoco entendía todos los “NO” que eran tan necesarios para marcar límites y darle forma al sentido del empeño y el sacrificio.

No tengo hijos, pero si los tuviera supongo que también querría que tuvieran una vida plena y feliz. Pero, ¿hasta qué punto esa felicidad es el producto de una suma de obsequios materiales?

Por un lado, vivimos en una sociedad de consumo que inevitablemente perfila el carácter de las personas. Por otro, los avances tecnológicos nos han invadido casi de la noche a la mañana para supuestamente facilitar y mejorar nuestras vidas y, aunque estoy de acuerdo en que en muchos casos así ha sido, la aplicación de estas técnicas nos ha hecho ser un poco más holgazanes y un poco menos imaginativos. Querer y tener cosas se ha convertido en una de las ambiciones principales para muchos chavales que a veces hasta se creen mejores por el simple hecho de poseer más objetos.

La verdad, no tengo nada claro si esta manera de entender la vida es responsabilidad de la sociedad en general o de unos padres que deciden coger la vía fácil y rápida y prefieren evitar conflictos porque ya tienen demasiados problemas en su rutina diaria como para enfrentarse a otro más, aunque esto último conlleve modelar un ser puramente consumista que no sepa valorar la recompensa al esfuerzo propio.

El caso es que, a día de hoy, soy testigo de esta triste realidad a través de conocidos y también a través de mis alumnos en mi día a día como educadora. Me impresiona y me decepciona a partes iguales la actitud con la que muchos jóvenes, afortunadamente no todos, afrontan la vida. Lo tienen prácticamente todo hecho, no saben lo que es ganarse el pan, no tienen aspiraciones basadas en formarse como personas de provecho e incluso a veces no saben ni siquiera distinguir cuál es el buen camino. Con esto no pretendo ni mucho menos generalizar, porque no todos son así. También veo sensatez y valores, sueños y dedicación, pero quizá en menor medida.

Con los tiempos que corren, las dificultades a las que vamos a tener que enfrentarnos van a ir “in crescendo” y hay que estar medianamente preparado para renunciar a muchas cosas que hasta ahora parecía que venían de serie, dejar a un lado ciertos privilegios para centrarnos en lo realmente importante y necesario. Me pregunto si las nuevas generaciones estarán capacitadas para digerir este choque y sabrán construir su vida dejando a un lado los materialismos.

Éste es claramente un tema delicado a la par que complejo y más aún para alguien como yo, que no soy ni mucho menos experta en sociología. Sólo intento dar mi opinión y basar mis pensamientos y conclusiones en mis experiencias personales y en lo que veo a mi alrededor.

Y, ¿puedo hacer yo algo al respecto? Intento aportar mi granito de arena cuando tengo ocasión. Dar consejos y motivar a los más jóvenes para que aprecien un poquito más la oportunidad de estudiar. Trato de despertar en ellos la curiosidad por saber y que aprendan a caminar solos cuando no tengan una mano a la que agarrarse. Quizá no es mucho, pero me da la impresión de que por pequeña que sea, esa ayuda funciona.

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